La Bimba

40 AÑOS DE ALFETTA
Más historias, más cruzadas épicas que solo pueden explicarse por la pasión que estas máquinas producen en los socios de nuestra institución.

“Siempre me gustaron los Alfa Romeo y en cuanto pude tener uno no lo dudé ni un instante, pero confieso que nunca pensé en comprar un Alfa clásico.
El 2010 fue un año particularmente perturbador para mí, ocurrieron varias cosas fuertes, festejamos mi cumpleaños junto al de Alfa Romeo con mi hijo Francisco en Milán, después fue una enfermedad grave y una operación afortunada, más tarde un fallecimiento familiar y, finalmente, un incendio.
En el verano siguiente conocí a la Bimba, mi Alfetta Sprint Veloce, AKA Alfetta GTV, una tarde bastante calurosa mirando autos con mi hijo y amigos por los pagos de Monte Grande, más precisamente en un galpón donde funcionaba el Club de Automóviles Clásicos de Esteban Echeverría.
No podría decir que haya sido un amor a primera vista, en realidad yo estaba todavía dolido por la pérdida de mi Alfa GTV 916 que había logrado llevar a un estado casi sublime, consumida por el fuego y ni siquiera la Giulietta nueva había logrado disipar la sensación de haberme quedado sin “mi” auto.
El amigo Claudio (del Portello) me había estado mostrando algunas de sus bellas máquinas y, realmente, la Alfasud Sprint roja me había parecido un autito bien lindo… pero no para mí. Aclaremos, en rigor a todos los autos les encontraba algo que no me convencía.
Y le dije: “Sí, está lindo… pero no tiene aire”, a lo cual Claudio respondió: “Esa sí tiene”, señalando la negra y reluciente Bimba.
La compré en la semana siguiente. Cuando la llevábamos para casa, Francisco iba por la autopista tomando una foto detrás de otra, mientras yo iba escuchando extasiado el biálbero que sonaba como un coro gregoriano y, también, iba muriéndome de calor porque, como comprobé al día siguiente, la calefacción tenía el grifo trabado en “open”.
Al principio fueron cosas menores, hacer anular la calefacción porque resultaba insoportable o aguantarse el embrague que patinaba, porque como la caja tenía un problemita en la primera, mejor dejarlo para después, porque iba a tener que bajar todo el tren trasero.
La mujer del que en ese entonces era mi mecánico me dijo: “¡No sabe en la que se metió!”. Ella sabía, porque el marido se había puesto a restaurar una Alfetta GTV dos años atrás y todavía seguía en ese baile y, según ella decía, ya no sabía si era que no podía salir o no quería hacerlo, pero la cuestión era que seguía aún: “Tirando plata por ese sumidero”.
No sé si me dio miedo, creo que no, pero me pareció percibir delante de mí un largo camino, que en ese momento no imaginé que sería lo que fue.
No es nada fácil convivir con un clásico, no lo es, y si uno empieza a tomarle el gusto a “hacerlo bien” es menos fácil todavía.
Por suerte encontré a los muchachos de HyC Restauro, el taller de Guille D’Aguanno, gente que trata a los autos como lo que son: máquinas sensibles. Pelaron la Bimba a la chapa, fabricaron partes de carrocería inconseguibles comidas por la corrosión, pintaron impecablemente y, finalmente, armaron todo otra vez. Fueron 8 meses y pico, casi un embarazo.
¿Y qué decir del amigo Juan Ignacio Miranda?. Le puso tanto afecto y trato delicado a esa caja, que parecía estar cambiando a un bebé. Removió metros y metros de cable y relays varios, que quién sabe qué controlarían, y se armó de paciencia, coraje y talento, para hacer que esa endiablada Inyección Spica funcionara bien, de una vez. Entre una cosa y la otra, en total no llevó menos de 3 o 4 meses. Minucioso, me hizo gastar mucho dinero en tornillería, cosa que le agradezco con mi corazón y mi razón, porque ese tren trasero era hermoso y debía verse así.
¿Y el volante? ¡Mi Dios! Ese sí que fue un asunto peliagudo. Lija, lija, lija y más lija. Después laca, laca, laca y más laca. Y el resultado final… ¡Un desastre! No lo podía creer, más laca le daba, peor quedaba. Después de remover la laca por segunda vez, decidí buscar un ebanista. Afortunadamente lo encontré, un personaje que parecía salido de un cuento de Cortázar, pero lo dejó impecable.
Y, finalmente, alguna que otra pieza proporcionada por el amigo Domingo Mazzitelli, alguna conseguida afuera, como espejos, estéreo de época, un faro trasero completo o los lentes de las luces de giro de color rojo, como correspondía al original versión “americana”. Y algún detalle que otro, que me facilitaron amigos del CuoreSportivo.
Pero ¿hay algo más hermoso que un transaxle reconstruído a nuevo, granallado y pintado como 0km? ¿Hay mayor placer que dejar que la mirada se pierda en la sutil curva de un pasaruedas? ¿Hay algo que suene tanto a gloria angélica, como un biálbero liberado en toda su sana sonoridad? ¿Hay sensación más deliciosamente inquietante que experimentar el drift de un tracción trasera?
Afortunadamente, compré un clásico. Nunca lo hubiera pensado y si me preguntaban si quería hacerlo, hubiera dicho que no, pero es fantástico.
Hay algo que distingue manejar un Alfa de manejar cualquier otro auto, y son las emociones que transmite al conductor. Un amigo dijo: “En la Alfetta GTV te sentís Ayrton Senna, vas a 100 y parece que fueras a 200”. Es verdad.”

Fredy Yantorno
Presidente Club Alfa Romeo Argentina

por Francisco Yantorno

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